Cabalgaba en este caballo ciego por la llanura de un paisaje con dos cielos: uno rojo y uno blanco. Tenía en el puño una espada con el filo en mi mano y el mango al extremo, el viento me susurraba voces de amigos en todos los idiomas, estaba tan asustado, pero sentía que lo que hacía lo debía hacer con premura, prontamente.
Cabalgaba en este caballo ciego en el instante en que la tierra se abrió como una flor, así, despacio, tierna y lentamente y vi sus ojos en ella, que brillaban como centellas, espejos iluminados, neones en callejones. Mi caballo se detuvo y yo bajé, aún con la espada empuñada al revés me acerqué a ellos y me sonreían, cada pestañeo era una palabra diferente y feliz, sentí como el pecho se me hinchaba y lloré de alegría, creo, miró mi espada, luego a mi, me hizo comprender, pero no quería comprender ya nada. Era necesario, insistía con dulzura, es necesario, pero yo no quería, sus ojitos no, ellos, no, pero sí, ella insistía...lo hice
la cárcel más efectiva es siempre la más bella, la que no sabes que es una cárcel
entonces desperté
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